Una tarde de verano, de aquellas que traen olor a otoño.
De
esas tardes en las que el cielo, sin
avisar, cambia su color y nos regala esa lluvia que atenúa el sofocante calor
que sube del asfalto.
Corremos a guarecernos bajo los toldos.
No importa si nos
conocemos...de hecho somos extraños, refugiados en un mínimo espacio, de la
lluvia.
Pero ella camina sin prisa, con sus pies descalzos pisando
con delicada firmeza ese asfalto, ahora más fresco por el agua caída.
Y olvido por un momento...que está lloviendo.
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